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viernes, 28 de diciembre de 2012

La única Patria, por Pablo Giordano

Pablo Giordano

Se reeditó En la atmósfera, la novelle de Daniel Moyano sobre la infancia en las sierras de Córdoba, considerada por el propio autor como lo mejor de su obra.
 La pequeña editorial El Mensú, de Villa María, sorprendió hace algunos meses con un proyecto ambicioso y festejable desde donde se lo mire. Ilustrada por Emanuel Falconi, reeditó -con distribución en todo el país- la Novelle En la Atmósfera, de Daniel Moyano, quien la consideraba junto a la Cantata, como su mejor obra. “He empezado a tomarme la literatura en serio” confesó el autor a Mempo Giardinelli en una entrevista, donde también dijo sentirse casi concluído, y bautizó a esta obra como hija de “la fuerza de la madurez”.
  Escrita entre 1984 y 1987, En la Atmósfera desarrolla un relato de iniciación narrado en primera persona por un preadolescente proyectado en las sierras cordobesas desde Madrid por su yo adulto que recupera, según palabras del propio autor en el epílogo, la única patria posible: la infancia. La soledad del exilio es la soledad del niño que aparece a la pubertad, dice Pablo Heredia en el prólogo de esta reedición. Los recuerdos son choncacos, sanguijuelas que se pegan en las piernas y adormecen la piel. Sueños, espejos, laberintos. De eso se trata.
  La historia se desarrolla en estas tierras, donde ríos asesinos cambian de curso y los puentes podridos se caen. El narrador trabaja en una panadería llamada atinadamente La Atmósfera, donde arma en el sótano cajas para alfajores y combate a las moscas de los ventanales que acechan los pasteles de exposición.
  Como es común en el autor de Tres golpes de timbal -su obra más conocida-, lo kafkiano muestra su carta: el protagonista cree asistir a una vida destinada a otro, y lo espera para dejársela, para hacer justicia. Ni siquiera se cuestiona cuál será a suya, su destino si alguien llega reclamando la que le tocó por error.
  La atmósfera también se entiende como literal: el tufillo de la panadería; pero también cómo símbolo del lugar donde se hornea la historia, la ingenuidad y las creencias hasta la metamorfosis. De repente remite a la ciudad (Córdoba), su smog, su paradigma entendido como el real -fuera de las sierras- donde no hay otra cosa que un sentimiento trágico de la vida, una espera inútil. La atmósfera es, por último, el recuerdo, el desamor, la soledad, el contexto como horno inefable.
   Se ha dicho bastante sobre Daniel Moyano pero parece que siempre hiciese falta volver a empezar. Es de esos escritores que no terminan de canonizarse. Constantemente nace para los lectores y se ramifica para los críticos. Parte de esto se debe a la poética de su prosa única y latente, pero también a la circulación casi de culto de su literatura.
  El autor de El Trino del diablo -otra de sus novelas más conocidas- nació en Buenos Aires en 1930, pasó su infancia en Córdoba y finalmente se instaló a escribir el grueso de su obra en La Rioja. Pero en el amanecer del último golpe civicomilitar, fue encarcelado. A las pocas semanas libre, se exilió en España, donde vivió hasta su muerte desempeñándose como crítico literario en el diarioEl Mundo y otros trabajos alejados de las letras. “He regresado a Buenos Aires, como muchos -dijo en una visita-, pero me doy cuenta de que no regreso, aunque regrese. Lo que dejé ya no existe, los hilos están cortados.”    
 Dicta el ABC de la confección de una novela que en ella el protagonista debe asistir o forjar un cambio importante en sí o su paradigma. En este caso ocurre lo inevitable, el más cruel de todos, quizá el único existente: el paso del tiempo; siempre llano y contínuo, bajo esta atmósfera.

(La Voz del Interior, suplemento Ciudad X. Versión completa)

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